El truco lo hemos extraído de las nórdicas, protagonistas absolutas de nuestros últimos flechazos estéticos.
La Copenhagen Fashion Week nos ha dejado varios recordatorios, además del de que debemos tener a la ciudad danesa tan en cuenta como a otras capitales de la moda. A saber: 1) que el estilo de las nórdicas va más allá del clásico minimal; 2) que este no se restringe a la paleta de neutros; 3) y que tiene más emisarias que sus primeras embajadoras en el street style, véase Pernille Teisbaek, Elin Kling y Hanneli Mustaparta. Y no se trata de una nueva hornada de Instagramers nórdicas, sino de sus firmas más veneradas, de cuyos desfiles extraemos, junto a un puñado de buena inspiración, una conclusión: que se llevan los vestidos y se llevan las zapatillas ugly pero, sobre todo, se llevan en el mismo look.
Lo defienden las marcas Cecilie Bahnsen, Astrid Andersen y Ganni. Esta última, daba el do de pecho con la modelo danesa más cotizada, Frederikke Sofie, cerrando su desfile de la pasada semana, con un look de alto impacto: un vestido de flores en seda tipo camisón en color humo con zapatillas del mismo tono y en la línea de las ugly trainers. Perfectamente nos podíamos imaginar a Veronika Heilbrunner con ese mismo conjunto. Pero ahora es cuando esta unión parece que podría dar un paso más y saltar del universo insider al mainstream –y con este, a todas nosotras–.
Porque llevar un vestido bucólico y delicado con unas zapatillas bastas y, siendo técnicas y sin miedo al castellano, feas (al menos, normativamente), se presenta como la mejor opción para que las menos románticas lleven vestidos románticos sin temor a caer en la cursilería. Es lo que faltaba por darse dado el auge, por una parte, de una moda delicada y etérea gestada, principalmente, en Londres (Molly Godard, Simone Rocha, Erdem…) y una tendencia, la de las ugly trainers, que oscila entre los dictados de la calle y los de Demna Gvasalia para Balenciaga. Si las dos corrientes estéticas imprimen personalidad y osadía por sí mismas, el resultado de la suma de ambas se vuelve sublime.
Fuente: Vogue